Damos comienzo a este artículo en el 14 de abril de 1931, la jornada en que se proclamó la República. Las causas que condujeron al advenimiento del nuevo régimen no las analizamos aquí con extensión, pero sí que podemos esquematizarlas.
Muchas veces se ha dicho que la República la trajeron los monárquicos y que, después, la perdieron los republicanos. Aparte del carácter que pueden tener las sentencias con pretensiones lapidarias, esa frase contiene una buena dosis de verdad. Efectivamente, los monárquicos, al aceptar la Dictadura de Primo de Rivera, al margen de la Constitución de 1876, firmaron, con vencimiento a plazo más o menos largo pero cierto, el acta de defunción de la propia Monarquía. Y más adelante, se verá que por sus graves vacilaciones y errores, los republicanos históricos no supieron consolidar la democracia iniciada el 14 de abril de 1931.
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F. Godoy. Miguel Primo de Rivera. 1929. Óleo. Ayuntamiento, Cádiz. |
La Dictadura de Primo de Rivera, tal como se produjo desde un principio (1923), no podía tener una vida prolongada. En la perspectiva histórica de hoy, podemos apreciar que por su autoritarismo y su clasismo, no se planteó la erradicación de las viejas taras del país: concentración de la riqueza, poderes de la Iglesia y del Ejército, centralismo, etc. Lejos de buscar soluciones a esos problemas, la Dictadura lo que hizo fue agudizarlos; sin ser capaz, tampoco, de eliminar los centros y grupos políticos desde donde se preconizaba el cambio político que había de hacerla caer. Así, la Dictadura entró en un proceso de autodegradación progresiva, en el que a pesar de diversos conatos no se confirmaron los intentos de configurar un "orden nuevo" análogo al fascismo italiano: partido único, asamblea corporativa, intervención de la economía en favor de la alta finanza y de los monopolios, etc. Los resultados serían muy distintos que en Italia, en buena medida porque la Dictadura (preciso es reconocerlo) no se embarcó en un programa de exterminio sistemático de la oposición.
Por otra parte, el segmento estructuralmente más antagónico al régimen (socialismo) supo aprovechar a fondo el pacto que se le brindó, para seguir creciendo y extender su influencia.
A las referidas contradicciones generales se unió una larga secuencia de circunstancias particulares: cansancio y división crecientes de los militares en su apoyo al Dictador y al Rey, primeros indicios de la crisis económica internacional, marasmo de las finanzas públicas... Todo ello combinado condujo al fin de la Dictadura. Y en ese crucial momento, en vez de hacer una autocrítica en toda la línea, lo cual era imposible (porque por definición un rey nunca se equivoca), Alfonso XIII y sus dos últimos jefes de Gobierno (Berenguer y Aznar) se comportaron conforme a la máxima de "aquí no ha pasado nada"; cuando la verdad es que la caída de Primo de Rivera significaba todo lo contrario, que sí habían pasado muchas cosas en España, que había una expectativa generalizada de cambio.
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Clauzel. General Berenguer. Óleo. |
El gobierno del general Berenguer fue un puro dejar pasar el tiempo, con la vaga promesa de retornar a la normalidad constitucional. Y poco más pretendió el almirante Aznar, que no supo apreciar la imposibilidad de volver a la farsa de partidos y gobiernos de la Restauración. De este modo, el agotamiento de una situación anormal no pudo por menos de hacerse evidente. A lo cual contribuyó el trabajo de la oposición, descoordinado en muchos aspectos e improvisado en otros, pero siempre tenaz.
Esa oposición logró finalmente ponerse de acuerdo en una fecha histórica, el 17 de agosto de 1930, cuando, representada por sus principales dirigentes, selló el célebre Pacto de San Sebastián. Acuerdo que, por así decirlo, equivalía a la concepción de una República que se había de dar a la luz, menos de un año después, el 14 de abril de 1931.
Del Pacto de San Sebastián nació el programa que serviría de guión a las actuaciones del gobierno provisional; y este quedó virtualmente formado en la propia capital vascongada, al construirse el comité revolucionario y su comité militar, encargados de dar el golpe final a una Monarquía moribunda que pregonaba con insistencia la vuelta a la legalidad constitucional, pero que no acababa de cumplir su promesa, al intuir el grave peligro que la operación entrañaba.
La sublevación de Jaca (12-13 de diciembre de 1930), conducida por los capitanes Galán y García Hernández, fue el único movimiento de la vasta conspiración republicana, aplazada primero y frustrada después. Pero, no obstante su fracaso, el episodio de Jaca actuó como el resorte que habría de desencadenar el mecanismo definitivo del cambio de régimen. Aparte de que con la ejecución de los dos jóvenes dirigentes de la insurrección se proporcionó sus máximos héroes al movimiento republicano, el enjuiciamiento de los restantes partícipes en la conspiración terminó en un craso error por parte de la Monarquía. La institución salió del juicio totalmente humillada por la justicia militar, que acabó por convertirla en la verdadera culpable de los sucesos por su apartamiento, desde 1923, de la legalidad constitucional.
Ante la situación así creada, que fue agravándose en todos los aspectos, el gabinete de Aznar decidió poner en marcha un plan de retorno a la constitucionalidad, mediante un progresivo proceso electoral: municipal, provincial, y a Cortes.
Convocadas las elecciones municipales para el 12 de abril de 1931, pretendidamente como un episodio de trámite con no demasiadas expectativas para los republicanos, el escrutinio dejó ver que se había celebrado un verdadero plebiscito contra el rey. Teóricamente, las elecciones fueron ganadas por la Monarquía y así lo subrayaba el diario ABC en la mañana del 14 de abril; de las urnas salieron 41.224 concejales monárquicos frente a 39.248 republicanos, pero la realidad era muy otra, ya que de hecho había plena conciencia de que excepto en las capitales de provincia, todo el país era un "inmenso burgo podrido", donde los caciques (casi todos monárquicos) imponían su voto con suma facilidad.
Por no mencionar que, además, buena parte de los concejales monárquicos fueron proclamados por el famoso artículo 29 de la Ley Electoral, aquel que establecía la no realización de las votaciones en las circunscripciones en las que el número de candidatos no superase el de plazas a cubrir...
No obstante, también hubo jugadas sucias por parte de los republicanos, vistas en las acciones de Andrés Saborit al hacer votar a difuntos en favor de la república.
En cualquier caso, ni el carácter meramente "administrativo" que podía suponerse de unas elecciones municipales, ni la engañosa mayoría de concejales monárquicos electos disminuyeron en lo más mínimo la trascendencia política de la consulta, el carácter plebiscitario en favor de la República que había adquirido.
Y resultó que en las capitales salieron elegidos 953 concejales republicanos frente a 602 monárquicos; de modo que de esas 50 ciudades, sólo en diez consiguieron mayoría los partidos electos a la Corona, todas ellas de escasa importancia: León, Álava, Navarra, Burgos, Valladolid, Segovia, Palma de Mallorca, Islas Canarias, Ávila y Palencia.
El rey pudo haber intentado mantenerse en su puesto y pasar a la segunda fase del proceso electoral previsto. ¿Pero cómo hacerlo? La presión popular se hizo incontenible tan pronto como empezaron a conocerse los resultados electorales. En la mañana del 14 de abril, para ser más precisos a las seis de la madrugada, los concejales electos de Eibar, reunidos en una casa consistorial, proclamaron la República. La noticia se extendió velozmente por toda España, a través del sistema de telégrafos, cuyos funcionarios eran en su mayoría socialistas. Romanones, al enterarse de este episodio aparentemente pintoresco, se puso en contacto con el rey, y ante el temor de desórdenes públicos de importancia, anunció de inmediato conversaciones con los republicanos, con Alcalá Zamora como presidente del comité revolucionario.
A las dos y cinco de la tarde del día 14, terminaba la histórica entrevista (en casa del Dr. Gregorio Marañón) en que Romanones, en nombre del propio rey y tras la viva exposición de Alcalá Zamora sobre las circunstancias que estaban produciéndose en todo el país, aceptó la marcha del monarca. Pocas horas antes, a las once de la mañana, el General Sanjurjo, director de la Guardia Civil, había visitado a Miguel Maura (Ministro de la Gobernación in pectore) para ponerse a órdenes de la República.
En Cataluña los sucesos se precipitaron. A las dos menos veinte de la tarde del mismo día, Lluís Companys (líder de la Esquerra Catalana) al frente de los demás concejales electos por Barcelona, y desde el balcón del ayuntamiento de la ciudad, anunciaba el nacimiento de la República, e izaba la bandera tricolor.
Minutos después, Maciá (presidente del Estat Catalá) se pronunciaba en la diputación provincial por la República Catalana, e invitaba a los demás pueblos de España a unírsele en una federación.
Los acontecimientos se aceleraron. En la tarde del 14 de abril se celebró el último consejo de Ministros de la Monarquía en el Palacio de Oriente. Sólo De la Cierva, ministro de Fomento, se resistió a que Alfonso XIII abandonase el poder. Todo resultó inútil, y a las 9,15 de la noche, saliendo en automóvil del Jardín del Moro, el rey emprendió el viaje a Cartagena, para desde allí embarcar a Marsella. Minutos antes, encabezados por el arrojo personal de Miguel Maura ("Paso al Gobierno de la República") el comité revolucionario había llegado a Gobernación, en la Puerta del Sol de Madrid. Allí, a las 9 de la noche, Alcalá Zamora, desde el despacho, del Ministro de la Gobernación, proclama la República a todo el país, a través de la radio.
De este modo, el nuevo régimen quedó instaurado sin derramamiento de sangre. Al día siguiente, la Gaceta de Madrid daba a la luz la composición del gabinete republicano, al tiempo que se reunía, por vez primera, el consejo de ministros del Gobierno Provisional de la República Española. Una nueva era parecía abrirse en la historia de España, uns nueva etapa de la vida de un país anhelante de cambios profundos.
Del Pacto de San Sebastián nació el programa que serviría de guión a las actuaciones del gobierno provisional; y este quedó virtualmente formado en la propia capital vascongada, al construirse el comité revolucionario y su comité militar, encargados de dar el golpe final a una Monarquía moribunda que pregonaba con insistencia la vuelta a la legalidad constitucional, pero que no acababa de cumplir su promesa, al intuir el grave peligro que la operación entrañaba.
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Fermín Galán Rodríguez y Ángel García Hernández. Cartel referente a la Sublevación de Jaca de 1930 |
Ante la situación así creada, que fue agravándose en todos los aspectos, el gabinete de Aznar decidió poner en marcha un plan de retorno a la constitucionalidad, mediante un progresivo proceso electoral: municipal, provincial, y a Cortes.
Convocadas las elecciones municipales para el 12 de abril de 1931, pretendidamente como un episodio de trámite con no demasiadas expectativas para los republicanos, el escrutinio dejó ver que se había celebrado un verdadero plebiscito contra el rey. Teóricamente, las elecciones fueron ganadas por la Monarquía y así lo subrayaba el diario ABC en la mañana del 14 de abril; de las urnas salieron 41.224 concejales monárquicos frente a 39.248 republicanos, pero la realidad era muy otra, ya que de hecho había plena conciencia de que excepto en las capitales de provincia, todo el país era un "inmenso burgo podrido", donde los caciques (casi todos monárquicos) imponían su voto con suma facilidad.
Por no mencionar que, además, buena parte de los concejales monárquicos fueron proclamados por el famoso artículo 29 de la Ley Electoral, aquel que establecía la no realización de las votaciones en las circunscripciones en las que el número de candidatos no superase el de plazas a cubrir...
No obstante, también hubo jugadas sucias por parte de los republicanos, vistas en las acciones de Andrés Saborit al hacer votar a difuntos en favor de la república.
En cualquier caso, ni el carácter meramente "administrativo" que podía suponerse de unas elecciones municipales, ni la engañosa mayoría de concejales monárquicos electos disminuyeron en lo más mínimo la trascendencia política de la consulta, el carácter plebiscitario en favor de la República que había adquirido.
Y resultó que en las capitales salieron elegidos 953 concejales republicanos frente a 602 monárquicos; de modo que de esas 50 ciudades, sólo en diez consiguieron mayoría los partidos electos a la Corona, todas ellas de escasa importancia: León, Álava, Navarra, Burgos, Valladolid, Segovia, Palma de Mallorca, Islas Canarias, Ávila y Palencia.
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El rey pudo haber intentado mantenerse en su puesto y pasar a la segunda fase del proceso electoral previsto. ¿Pero cómo hacerlo? La presión popular se hizo incontenible tan pronto como empezaron a conocerse los resultados electorales. En la mañana del 14 de abril, para ser más precisos a las seis de la madrugada, los concejales electos de Eibar, reunidos en una casa consistorial, proclamaron la República. La noticia se extendió velozmente por toda España, a través del sistema de telégrafos, cuyos funcionarios eran en su mayoría socialistas. Romanones, al enterarse de este episodio aparentemente pintoresco, se puso en contacto con el rey, y ante el temor de desórdenes públicos de importancia, anunció de inmediato conversaciones con los republicanos, con Alcalá Zamora como presidente del comité revolucionario.
A las dos y cinco de la tarde del día 14, terminaba la histórica entrevista (en casa del Dr. Gregorio Marañón) en que Romanones, en nombre del propio rey y tras la viva exposición de Alcalá Zamora sobre las circunstancias que estaban produciéndose en todo el país, aceptó la marcha del monarca. Pocas horas antes, a las once de la mañana, el General Sanjurjo, director de la Guardia Civil, había visitado a Miguel Maura (Ministro de la Gobernación in pectore) para ponerse a órdenes de la República.
En Cataluña los sucesos se precipitaron. A las dos menos veinte de la tarde del mismo día, Lluís Companys (líder de la Esquerra Catalana) al frente de los demás concejales electos por Barcelona, y desde el balcón del ayuntamiento de la ciudad, anunciaba el nacimiento de la República, e izaba la bandera tricolor.
Minutos después, Maciá (presidente del Estat Catalá) se pronunciaba en la diputación provincial por la República Catalana, e invitaba a los demás pueblos de España a unírsele en una federación.
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La plaza Sant Jaume el 14 de abril de 1931 |
Los acontecimientos se aceleraron. En la tarde del 14 de abril se celebró el último consejo de Ministros de la Monarquía en el Palacio de Oriente. Sólo De la Cierva, ministro de Fomento, se resistió a que Alfonso XIII abandonase el poder. Todo resultó inútil, y a las 9,15 de la noche, saliendo en automóvil del Jardín del Moro, el rey emprendió el viaje a Cartagena, para desde allí embarcar a Marsella. Minutos antes, encabezados por el arrojo personal de Miguel Maura ("Paso al Gobierno de la República") el comité revolucionario había llegado a Gobernación, en la Puerta del Sol de Madrid. Allí, a las 9 de la noche, Alcalá Zamora, desde el despacho, del Ministro de la Gobernación, proclama la República a todo el país, a través de la radio.
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Proclamación de la Segunda República en la Puerta del Sol de Madrid |
De este modo, el nuevo régimen quedó instaurado sin derramamiento de sangre. Al día siguiente, la Gaceta de Madrid daba a la luz la composición del gabinete republicano, al tiempo que se reunía, por vez primera, el consejo de ministros del Gobierno Provisional de la República Española. Una nueva era parecía abrirse en la historia de España, uns nueva etapa de la vida de un país anhelante de cambios profundos.
Bibliografía
- DOMÍNGUEZ ORTIZ. ANTONIO. Historia de España. Tomo XI. Alfonso XIII y la Segunda República (1902-1939). Editorial Planeta. Barcelona. 1988. (página 237).
- TAMANES. RAMÓN. Historia de España dirigida por Miguel Artola. La República. La era de Franco. Alianza Editorial / Alfaguara. Madrid. 1975. (páginas 19-22).
- http://www.momentosespañoles.es/contenido.php?recordID=343
- DOMÍNGUEZ ORTIZ. ANTONIO. Historia de España. Tomo XI. Alfonso XIII y la Segunda República (1902-1939). Editorial Planeta. Barcelona. 1988. (página 237).
- TAMANES. RAMÓN. Historia de España dirigida por Miguel Artola. La República. La era de Franco. Alianza Editorial / Alfaguara. Madrid. 1975. (páginas 19-22).
- http://www.momentosespañoles.es/contenido.php?recordID=343
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